Bipolaridades

Ella lo miró de soslayo en la cocina. Él seguía hablando mientras le preparaba la cena en el pequeño apartamento. Apenas se conocían, así rezaba una postal que la chica por sorpresa había recibido. Esa noche, juntos en la cama, se rieron de lo que llamaron su "bipolaridad". Rieron ésa y muchas otras más. Hasta que la bipolaridad se hartó de tanta risa y desató la tormenta.

Una costumbre heredada

La cogió de su pequeña mano y caminó lentamente a su lado siguiendo el ritmo de su caminar. Avanzaron poco a poco. Era la primera vez que compartían ese momento juntos con ella de su mano. Bajó la vista y la miró orgulloso. No pudo evitar ver algo suyo en aquella pequeña niña rubia ataviada con su camiseta rayada. Ella le devolvió la mirada desde abajo con aquellos ojos verdes e inocentes que estaban expectantes por saber qué iba a pasar después. Nerviosos por ver aquel mundo desde abajo.
Lo que ella no sabía es que ésa era la primera de las muchas veces que repetiría aquel recorrido. No sabía que por sus venas corría una sangre que la llevaría contínuamente a aquel lugar, aunque él ya no estuviera. Los dos estaban grabando con fuego su destino.
Han pasado décadas. Y hoy, ambos, continúan con ese ritual. Se parecen más de lo que piensan.

Definitivamente, quizás.

Encendió un cigarro con aire pensativo. No fumaba, pero en esos momentos lo necesitaba. Al menos creía que lo necesitaba. No sabía por qué, quizás quería sentir el sabor de la nicotina en su boca. O quizás no. Quizás porque había vuelto. Quizás. Siempre quizás.
Los cigarrillos le traían recuerdos de meses pasados, de algo que sólo ella sabía porque todo comenzó unido.
Sin embargo ese día, observó en silencio cómo se consumía el cigarro sin haberle dado apenas una calada. Pronto la ceniza fue lo único que quedó de lo que había sido.
Con los restos de su cigarro entre los dedos constató cómo todo se había convertido en cenizas, como el cigarro.
Quizás la vida fuera como un cigarro. Se consume igual, simplemente tienes que darle caladas para disfrutarlo.
Definitivamente, quizás.

Las cosas cambian

Contó lentamente, de nuevo. Y ya iban varias. Quería comprobar que no se había equivocado. Pero no. Todo parecía claro. Miró a su alrededor. No había nadie. Pero algo había cambiado en ella, en su interior. No estaba sola y pronto el mundo lo sabría.

Un plan

Con la incertidumbre y la inseguridad que genera lo desconocido llegaron a un acuerdo: se calzarían sus tacones e intentarían descubrir la otra cara de una vida que se les antojaba incompleta, al menos hasta el momento.
Eso sí, iban a hacerlo a su manera.

El presente del pasado

Sin esperárselo, mientras sorbía alegremente un mojito a través de una pajita sentada en un taburete digno de película, de la forma más inesperada, la esperanza más tierna de su adolescencia reapareció en su vida de la forma más adulta posible. Pensó. Meditó. Sin embargo, cuando lo tuvo frente a frente prefirió dejar esa mirada en su pasado. Le cerró la puerta. Todo tenía su momento y el suyo, posiblemente, ya habia pasado sin que ninguno de los dos hubiese sabido cogerlo a tiempo.

El tiempo no pasa

Parecía que no había pasado el tiempo. Las calles que las habían visto crecer volvió a verlas pasar. Sonrientes, confidentes. Cómplices. Aquel día una irremediable risa infantil rompió el silencio que las rodeaba y viajaron de nuevo a la niñez. Como aquel día que se vieron por primera vez. Como cuando las unía un uniforme. Como cuando las separaban dos pupitres. Como cuando se forjó una amistad sin que su inocencia infantil se diera apenas cuenta.

El espejo

Observa su reflejo. La mirada, el gesto y los hoyuelos de las mejillas. La forma de ser que se presume a través de su inocente sonrisa. La pequeña siente admiración por el rubio rizo que cae sobre sus hombros y lo estira con gracia. Mientras tanto, a su madre no le hace falta mirarse en ningún espejo, tiene ante ella su vivo reflejo.

Equivocaciones

Pasada la medianoche, cobijada bajo sus sábanas escuchó a través de las ondas que la mitad de las equivocaciones en la vida nacen porque cuando tenemos que pensar, sentimos y cuando tenemos que sentir, pensamos.

Era muy tarde, ya de madrugada, y desde la cama esas palabras se introdujeron lentamente en su cabeza y entrecerró los ojos para pensarlas. Lo peor es que eso ya lo sabía, pero resultaba duro escucharlo en boca de otros.
En sus propias carnes había vivido el error de pensar cuando había que sentir y todo se había esfumado sin darse cuenta dejándola vacía. En aquel mismo instante para ella la noche se rompió y, de nuevo, aquella particular voz resonó en su cabeza.

El altillo

Cuando le preguntó, sólo pidió una cosa: un altillo. Un altillo para contemplar desde las alturas su sueño hecho realidad. El sueño de él.
Ahora, con los suyos propios hechos trizas, llora en silencio por aquel lugar de negro cristal que sólo podrá observar desde abajo y recordar que un día, aunque sólo fuera sobre un papel, aquel adorable rincón le perteneció.

Triste desilusión

Le dijo adiós. Su corazón había dejado de latir por él una década después. Sólo una sonrisa le recordaba su triste desilusión.

Poco a poco

Primero un pie al frente para después depositar todo su peso sobre él. Después, el otro, y vuelta a empezar. De nuevo. Sin olvidarse de sus manos aferradas a cualquier clavo cercano, aunque arda, para así no caer otra vez.
No era nada fácil, pero al menos lo intentaba.

El olvido

¿Cuánto tiempo tiene que pasar para empezar a olvidar?

Incertidumbre

A nueve números de separación y la duda azota mi mente.

Un pasado real

Casi sin darse cuenta echó la vista atrás y volvió a revivir sus momentos de sonrisas en un sueño. No lo pudo evitar. Un casi olvidado cosquilleo al lado del corazón le recordó que todo estaba aún vivo. Todo pudo ser mejor. Pudimos ser, sencillamente, tú y yo.

La vida

Duele tanto no entender... como entenderlo todo

Tentación

Siempre se ha dicho que la mejor manera de librarse de una tentación es cayendo en ella.
Sabias palabras que esconden tras de si algo más que simples conjuntos de letras con un significado que invita a pensar. Y es que él siempre fue una tentación, una particular tentación personal. Quise caer en ella y no lo hice. Ahora puedo hacerlo. ¿Hasta qué punto soy su manzana?

Abismo

Durante un tiempo un sentimiento abrazaba las noches y me impedían caer por el precipicio que se presume por la altura de un colchón. Ahora, ese precipicio se parece más que nunca a un abismo abrazado por la soledad.

Punto y coma

No sabía que poner un simple punto iba a oscurecer tanto las noches. Quizás, y sólo quizás, debí poner una coma para tomar aire y respirar. Todo hubiese cambiado... ¿o no?