Surrealismo nocturno

Las manecillas del reloj avisaban que una nueva madrugada ya se había estrenado, pero el cansancio no hacía mella en sus jóvenes rostros que salieron al nocturno frío de aquellas callejuelas. Ante ellas, unos antiguos adoquines brillaban bajo la luz de las farolas de aquel conocido barrio. Se oían múltiples y diferentes voces, idiomas distintos y culturas singulares. Había mucho gentío.
Su aventura nocturna colgó el cartel de 'final' sobre aquel brillante empedrado artificial. Todo daba lo mismo. Con Italia en su mano comentaban lo surrealista de aquella noche.

Cifras y letras

Nunca quiso ser un número, ni entero ni decimal. Jugó para ser diferente y creyó lograrlo. Se equivocó. Al final no sera más que una cifra, alta, de eso estaba segura, pero una cifra al fin y al cabo.
Buscó y provocó seguir jugando. Ahora el número iba a ser él. Bajo, pero él.
Eso sí, un número con historia.

Felicidades

Feliz cumpleaños.

Aunque haga tiempo que no estás, que no nos ves, que no nos oyes. Tu día es tu día, pase lo que pase.

Furtivo

De nuevo con su libro entre las manos cogió el tren, intentando esta vez concentrarse en la lectura que aquella vez había dejado a medias. Sin embargo, tampoco lo consiguió.
La temática la resultaba especialmente interesante, por eso no había dudado en adquirir la obra en cuanto leyó el reverso. Algo especializada, pero apasionante cuanto menos.
Según sus ojos iban desplazándose sobre aquellas palabras le sorprendió el uso, y casi abuso, del término 'furtivo'. Prácticamente en cada una de las páginas que iba pasando entre el traquetreo del tren la encontraba. Y no pudo evitar relacionar aquel término con su propia vida, dejando al margen la terrible historia que tenía entre las manos.
Recordó aquel primer beso. Furtivo. Delante de demasiada gente conocida sin que estos se dieran cuenta del pequeño detalle que ante ellos se estaba produciendo.
Recordó aquel segundo beso. Furtivo también. En el mismo lugar, con escasos minutos de separación del primero. Más peligroso, si cabe. Desde luego más insinuante.
Y también recordó los encuentros que a raíz de aquello se habían producido. Furtivos. Todo furtivo.
Tras esto, volvió a cerrar el libro a la espera de que esta noche, cuando vuelva a cogerlo, se hayan disipado todos esos pensamientos y recuerdos.

Sin documentos

Nunca se había parado a pensar qué significaban las letras de aquellas canciones que cantaba sin cesar en la época en la que la infancia había llegado a su fin y la adolescencia se abría paso a zarpazos.
Muchos años después volvió a escucharlas, especialmente recordó una. Sin embargo, sólo fue capaz de entenderla cuando a su lado una enamorada pareja desconocida se la dedicaba a pleno pulmón bajo la ténue luz de un garito algo peculiar. Violenta ante la situación miró hacia le otro lado. Se encontró con la pared.

Cordura

Por más que buscara su cordura por todas partes, él se la había robado.

Etiquetas

Echó la vista atrás y cuatro mundos bien distintos y dispares aparecieron rápidamente en su memoria. Recordó y no dudó en etiquetarlos.
1. Un mundo que no debió visitar. Su error.
2. El mundo pasado que siempre rompía el presente. Otro error, pero con excusa.
3. El mundo que suponía una aventura. Posiblemente un error que había buscado.
4. Él.

Lecturas en un tren

Llegó un minuto antes de lo previsto y nada más subir buscó el hueco perfecto, tranquilo, ajeno a la muchedumbre. Algo complicado en pleno transporte público pero encontró un asiento que no le desagradó y se sentó tranquilamente dispuesta a empezar su recién adquirida nueva obra que sacó de la bolsa.
La abrió y mientras leía el prólogo una molesta pareja se sentó a su lado y no pudo nada más que alzar la vista y observar cómo él tenía sus reales aposentos sobre su propio abrigo. Fugaz adiós a la tranquilidad, se dijo a sí misma mientras intentaba liberar su abrigo.
Así que cerró el libro y su mirada curiosa comenzó a escudriñar a su alrededor. A su derecha se fijó que la mujer de la inoportuna pareja tenía entre manos un catálogo de anillos... ¿estarían buscando su alianza? Muy romántico, en pleno metro y en un inventario.
Después miró al pasajero que tenía enfrente. Como ella, tenía un libro, en este caso vetusto, con las hojas más marronáceas que amarillas y con unas duras tapas rojas del que ya llevaba recorrido más de la mitad. También divisó más allá a una elegante señora, ya entrada en años, que también gozaba de lo que relataba el volumen que tenía entre manos. Y como ella pudo ver algún que otro rostro y alguna nariz respingona perdida entre páginas de ejemplares de los que no pudo distinguir título.
Después, al hacer trasbordo para cambiar de tren y llegar en algún momento dado a su casa, se dio cuenta de que un señor vestido en chándal se sentaba delante de ella y observaba el libro que ella había vuelto a intentar leer mientras se hacía un tirabuzón en lo alto de su coleta procurando introducirse en aquella historia que se presumía apasionante. Al percatarse, levantó la vista discreta y vio que él también leía en este caso 'Un mundo sin fin', de Ken Follet. ¡Qué horror! pensó al verlo recordando lo poco que le había gustado la primera parte.
Después oyó una conversación telefónica y ya cerró su ejemplar. También trataba de literatura. En concreto, sobre novela negra. Escuchó. Y pensó, ¿quién dijo que no leíamos?

Adiós

Le invitó a desaparecer un ratito del mundo. Aceptó, pero desapareció de su vida.

Huracanes

Dicen que es como una ley. Hay que sufrir para comprender. Había escuchado esa idea de mil bocas diferentes y de múltiples maneras, sin embargo la esencia era la misma.
Sufrimiento para lograr una comprensión que, seguro, estaría basada en lágrimas. Luchó contra ello durante años. Comprendió sin sufrimiento los avatares de la vida hasta que un huracán apareció en la suya propia. Entoces fue cuando comprendió sufriendo.

Huellas

La huella de un sueño no es menos real que la de una pisada. Sólo hay que seguirla. ¿Se harán los sueños realidad?

¿Quién es?

"Lo mejor de acostarme hoy cuando ya ha amanecido es que lo último que he hecho ha sido leerte".
Pasó la vista casi un millón de veces por aquellas palabras que quedaron grabadas en su mente y cambiaron su parecer. Pero, ¿quién era?

Rozando el absurdo

Muchas veces pensamos que las heridas deben cicatrizar para curarse. Yo al menos lo pienso así. Es imposible que un arañazo, un rasguño, una llaga o una ofensa, aflicción o abatimiento sanen únicamente porque cerremos los ojos y miremos hacia otro lado pensando que nunca pasó. Roza el absurdo.
Determinada modulación ofrece matices que creíamos olvidados, cicatrizados, pero al oír una carcajada te das cuenta que nada de eso es cierto. Has rozado el absurdo entonces.
Y eso pasa con un sonido, un estilo o con, simplemente, la existencia.

No hay nada curado ni cicatrizado. Has rozado el absurdo.

El ritmo de la vida

Tarareaba alegremente, inconsciente de que estaba forjando su destino. El destino de sus sentimientos. Después todo cambió.
Lloró tarareando la misma melodía a solas en su casa.
También pensó con esa banda sonora de fondo cuando la soledad le abrumaba.
Varias risas también se le escaparon mientras escuchaba esas notas y al final siempre acababa pensando de nuevo, o llorando a ritmo de aquella canción.
Sólo le quedaba gritarlo. Iba a hacerlo. Como si de un concierto se tratase, en pocas horas podría hacer sentir al mundo todo lo que había llorado y volver a hacerlo. Volver a pensar y empezar a reír. A sentir. A vivir. A ritmo de la música.

Siempre siguiente

Siempre se convenció de que nunca sucedía. Sólo a veces, esas veces que hacía oídos sordos y negaba evidencias sin interés.
Sin embargo de un tiempo a esta parte inquietas miradas, vivas y nerviosas se posaban espectantes sobre su ser. Lo consiguió. Era el centro. O al menos ahora era consciente.
Con descaro devolvió la mirada. No, ésta no era la suya. Siguiente.

Ingenuidad

Pensaba que todo lo sabía, que hasta la propia existencia tendría a su alcance en el momento que se lo propusiera. No le hacían falta lecciones, ni libros, ni sabios consejos. Se bastaba.
Ya iban un par. Dos veces en las que sus propias ideas se tambalearon. Y fue cuando se dio cuenta de que realmente sólo había intuído la existencia de un lado oscuro que ahora empezaba a conocer. Pobre ingenuidad la suya.

41

Volvieron a su Kilómetro Cero particular. Al lugar que los vio nacer y que tantos recuerdos les traía. Ella le pidió que nunca dejara de sonreírle. Él juró que aquello nunca sucedería.
41 días después cambió de idea.

Sin relojes

Sus dedos se entrelazaron y quedó patente que el sol había hecho mella en uno de ellos, en el otro, en cambio, parecía que ni había reparado.
Notaron como el cielo se oscurecía y más tarde se iluminaba de nuevo con el paso de un tiempo que para ellos, en realidad, no existía.