Oportunidades sin resultados

Pasó el tiempo pero su rostro no lo reflejó. Quiso seguir adelante y se convenció de ello. Intentó poner en orden en su vida y creyó que lo había conseguido. Sin embargo, a la hora de la verdad, la encrucijada de las oportunidades había vuelto a jugarle una mala pasada.

Puzzle de fugaces pensamientos

Pocas veces me había parado a escribir ante la pantalla, generalmente lo llevo todo escrito en una libreta que guardo con recelo en la que apunto las ideas fugaces que flashean repentinamente mis pensamientos sin forma alguna. Algo parecido a un puzzle antes de sacar siquiera las piezas de la caja, desmontado, desordenado, sin sentido alguno si no te paras a pensar sobre ello.
Así son mis pensamientos. Variados unos, ingeniosos otros. Los hay también con un deje de maldad que me provocan medias sonrisas al recibirlos, mientras tanto otros parecen transparentes. Mis pensamientos son desordenados y destartalados, como yo, por eso son míos.
En ellos hay miles de rostros, de sueños, de deseos, de impresiones, de conocimientos, de experiencias vividas incapaces de olvidar, otras, sin embargo, desaparecerán en cuanto lleguen las nuevas. Pero sobre todo pienso en los múltiples sentimientos que una persona puede albergar en su ser. Algo raro en pleno siglo XXI porque parece más típico de la época por la que Troya ardió por amor o en la que Shakespeare se inspiraba para después poder plasmarlos en auténticas obras de arte de la literatura universal.
Yo no tengo ningún caballo ni una Helena (sí, con H, como Helena de Troya) con los que invadir los pensamientos del mundo entero y escribir un nuevo capítulo en la historia. Tampoco tengo la prodigiosa pluma de Shakespeare, ni una ínfima parte de su arte e ingenio a la hora de escribir. No lo tengo.
No obstante, lo que sí que tengo son esos fugaces pensamientos que conforman cada una de esas piezas de mi puzzle. Como Shakespeare tenía el suyo. Como cada cual tenemos el nuestro. Sólo es cuestión de ponerlas en su lugar.

Madurez

Cuando se dio cuenta tenía a sus espaldas un pasado de trayectoria considerable. Los días habían transcurrido con aparente normalidad sin preguntarle si quería que formaran meses, semanas, años... Así que estos habían sucedido sin inmutarse ante su presencia.
En aquellos momentos se dio cuenta de que ningún aspecto de su vida era como ella lo había pensado, planificado y proyectado años atrás cuando todavía el futuro se construía a base de sueños de infancia, cuando todo lo que quería estaba a su alcance porque tenía todo el tiempo del mundo por delante para lograrlo, cuando las historias nunca acababan porque siempre estaban construyéndose. Cuando la vida parecía tan perfecta que nunca fallaba nada.
Lo que nunca vio en aquellos sueños es que no todo, al fin y al cabo, es como una viva mirada infantil muestra en ese gran universo que es la infancia. Sin embargo, y a pesar de que nada era como tenía pensado, se resistió a darle la espalda a aquella inocencia infantil a la que acudiría para ser consciente de que la vida depende de los sueños que cada uno construye cuando está despierto.

Palabras del corazón

Se situó ante un folio, sin embargo su extrema blancura y la poca personalidad que le confería le impidieron estampar una sola letra en él. Y lo intentó varias veces sin lograr el resultado deseado. Después el problema llegó con la tinta. Ninguna le parecía lo suficientemente adecuada para quel momento. Al darse cuenta que seguía en el mismo punto en el que había comenzado, abandonó su idea.
El problema no era ni el soporte, ni el material. Sino, simplemente, que su siempre impetuosa inspiración se había tomado unas vacaciones. "Es lo que tiene escribir con el corazón y no con la cabeza", se dijo.

Vida nueva

Hay momentos en los que encuentras ante ti un nuevo horizonte deseoso de ser explorado. El único problema que yo encuentro, sentada desde mi sillón, es el miedo a encontrar algo desconcido y no saber cómo reaccionar ante ello. Dije miedo, quizás hubiese sido más adecuado sincerarme. Yo siento pánico. ¿Para qué ocultarlo?

Anoche mientras esperaba que el sueño me sorprendiera y me hiciera caer en sus brazos, esta mañana mientras me acicalaba antes de salir de casa y varias veces anteriores, no pocas, una pregunta ha irrumpido cualquier pensamiento que tuviera en el momento. Una cuestión que hasta el momento jamás me había planteado pero que, con el paso de los años (que ya empiezan a pesar) cobra una importancia que, en absoluto, pensé que tendría. Y me refiero a, ni más ni menos, a aquello que realmente necesito. Aquello que necesito a mi lado. Una necesidad no material sino intelectual.

Después de varios intentos con banales intelectos que no aportaban nada más que desesperación, hastío, desinterés y agotamiento, la conclusión a la que he llegado es que necesito quedar enterrada bajo inquietudes que me hagan inquietarme. Que un estilo particular me abra un universo desconocido y me lleve de la mano para afianzar el mio propio. Que una discreción externa me adentre en una misteriosa vida interna. Necesito que vuelvan cuando yo voy y me dejen perderme en mi camino para saber regresar, y me estén esperando. Equivocarme para sorprenderme. Quedarme perpleja ante ideas dispares pero posibles. Ser el centro de una vida que yo admire porque esa admiración sea mutua.
La cuestión es que necesito un espejo en el que mirarme cada mañana y luchar por esa imagen y que ella también luche por mi. Necesito aprender siempre a través de una fascinación recíproca que propicie que el corazón lata cada día sólo por lo que va a hacer que suceda. Necesito una vida que no esté vacía.

El final de la obra

Yo, como quien se encuentra sentada ante su gran obra maestra, la cual se puede decir que era mi ópera prima ya que el resto de escritos no eran más que borradores. Creía enloquecer para encontrarle un final a aquellas páginas que tantos quebraderos de cabeza habían supuesto para mi, cientos de noches de vigilia pensando cómo sacarlas adelante ideando la mejor manera de lograr un broche de oro digno para todo aquello.

Y cuando menos lo esperaba, cuando la ilusión sobre un nuevo capítulo rondaba por mi cabeza, en el momento en el que había decidido echarlo todo por la borda y reconocer que todavía no era momento para escribir las últimas palabras sobre aquella historia porque quería que siguiera, una imagen hizo aquel trabajo por mi. El final llegó como un huracán. Sin embargo, lo mejor de todo, es que asumí aquel torbellino de sensaciones que sentí en el estómago con una extraña serenidad.

Sólo había una conclusión posible. Un final posible. Y ya estaba firmado hacía tiempo, simplemente quedaba poner un simple punto y final. Tan sencillo era que no lo dudé. Fin.
Ahora he dejado de ser la escritora transmisora de emociones para ser una mera espectadora, sin lágrimas, emociones, recuerdos ni esperanzas puestas sobre algo que ya ha concluido. Mi ópera prima esperaba un final y ya lo tiene. Mientras tanto, la obra maestra aguarda su inicio.

Realidad escondida

Volvió. No supe evitar que clavara la estaca en mi corazón. Otra vez.

Locura del ser

Hay mucha literatura al respecto. Teorías y enunciados.
Dicen que los locos son aquellos que ven lo que el resto de personas no pueden ver. Yo debo estar loca porque veo cosas en mi en las que tú pareces no reparar. Si lo hicieras, no te habrías ido. Enloquece!

La mejor memoria es el olvido

Fuera, fuera, fuera, fuera, fuera, fuera... FUERA!!!!!!
Tantas veces lo pensó, tantas veces lo dijo para sí misma, tantas veces luchó por convencerse de ello que al final acabó por creérselo.
Empero, en su fuero interno sospechaba que en el momento que reapareciera toda esa confianza sobre su definitiva ausencia saltaría por los aires. algo le hacía pensar que nunca había aprendido a olvidarlo.