Lecturas en un tren

Llegó un minuto antes de lo previsto y nada más subir buscó el hueco perfecto, tranquilo, ajeno a la muchedumbre. Algo complicado en pleno transporte público pero encontró un asiento que no le desagradó y se sentó tranquilamente dispuesta a empezar su recién adquirida nueva obra que sacó de la bolsa.
La abrió y mientras leía el prólogo una molesta pareja se sentó a su lado y no pudo nada más que alzar la vista y observar cómo él tenía sus reales aposentos sobre su propio abrigo. Fugaz adiós a la tranquilidad, se dijo a sí misma mientras intentaba liberar su abrigo.
Así que cerró el libro y su mirada curiosa comenzó a escudriñar a su alrededor. A su derecha se fijó que la mujer de la inoportuna pareja tenía entre manos un catálogo de anillos... ¿estarían buscando su alianza? Muy romántico, en pleno metro y en un inventario.
Después miró al pasajero que tenía enfrente. Como ella, tenía un libro, en este caso vetusto, con las hojas más marronáceas que amarillas y con unas duras tapas rojas del que ya llevaba recorrido más de la mitad. También divisó más allá a una elegante señora, ya entrada en años, que también gozaba de lo que relataba el volumen que tenía entre manos. Y como ella pudo ver algún que otro rostro y alguna nariz respingona perdida entre páginas de ejemplares de los que no pudo distinguir título.
Después, al hacer trasbordo para cambiar de tren y llegar en algún momento dado a su casa, se dio cuenta de que un señor vestido en chándal se sentaba delante de ella y observaba el libro que ella había vuelto a intentar leer mientras se hacía un tirabuzón en lo alto de su coleta procurando introducirse en aquella historia que se presumía apasionante. Al percatarse, levantó la vista discreta y vio que él también leía en este caso 'Un mundo sin fin', de Ken Follet. ¡Qué horror! pensó al verlo recordando lo poco que le había gustado la primera parte.
Después oyó una conversación telefónica y ya cerró su ejemplar. También trataba de literatura. En concreto, sobre novela negra. Escuchó. Y pensó, ¿quién dijo que no leíamos?

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