Puzzle de fugaces pensamientos

Pocas veces me había parado a escribir ante la pantalla, generalmente lo llevo todo escrito en una libreta que guardo con recelo en la que apunto las ideas fugaces que flashean repentinamente mis pensamientos sin forma alguna. Algo parecido a un puzzle antes de sacar siquiera las piezas de la caja, desmontado, desordenado, sin sentido alguno si no te paras a pensar sobre ello.
Así son mis pensamientos. Variados unos, ingeniosos otros. Los hay también con un deje de maldad que me provocan medias sonrisas al recibirlos, mientras tanto otros parecen transparentes. Mis pensamientos son desordenados y destartalados, como yo, por eso son míos.
En ellos hay miles de rostros, de sueños, de deseos, de impresiones, de conocimientos, de experiencias vividas incapaces de olvidar, otras, sin embargo, desaparecerán en cuanto lleguen las nuevas. Pero sobre todo pienso en los múltiples sentimientos que una persona puede albergar en su ser. Algo raro en pleno siglo XXI porque parece más típico de la época por la que Troya ardió por amor o en la que Shakespeare se inspiraba para después poder plasmarlos en auténticas obras de arte de la literatura universal.
Yo no tengo ningún caballo ni una Helena (sí, con H, como Helena de Troya) con los que invadir los pensamientos del mundo entero y escribir un nuevo capítulo en la historia. Tampoco tengo la prodigiosa pluma de Shakespeare, ni una ínfima parte de su arte e ingenio a la hora de escribir. No lo tengo.
No obstante, lo que sí que tengo son esos fugaces pensamientos que conforman cada una de esas piezas de mi puzzle. Como Shakespeare tenía el suyo. Como cada cual tenemos el nuestro. Sólo es cuestión de ponerlas en su lugar.

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